viernes, 6 de diciembre de 2013

Un día playero inolvidable

A la edad de siete años habían tres cosas que amaba hacer: Pintar, comer helado y nadar en la playa. Un sábado como era de costumbre, mi familia y yo nos íbamos a la playa por el día completo; recuerdo que estaba soleado y muy ansiosa busqué mi bolso de playa y echando mi toalla y un chaleco, me puse el traje de baño más lindo que tenía, éste, era de dos piezas, de color celeste con flores calipso, que lo hacían muy llamativo. Estábamos todos listos, mi papá iba manejando, mientras yo cantaba y mi mamá leía. Cuando llegamos a la playa, mi papa puso el amplio y colorido quitasol, las sillas de playa y las toallas. yo ni siquiera quise sentarme un rato a tomar sol, sino que de inmediato me quité la ropa y fui corriendo sola hacia el agua, la cual estaba muy fría, pero mis ganas de bañarme eran aún mayor. Empecé a entrar cada vez más adentro, sin yo quererlo, ya que el oleaje estaba un poco fuerte y hacía que yo perdiera el control. Empecé a sentirme incómoda y con miedo porque no alcanzaba a tocar el fondo ni con la punta de mis dedos. De pronto, una gran ola se aproximó, llevándome más adentro y en un intento desesperado nadé hacia una roca creyendo que allí estaría más segura, pero me equivoqué. En la roca había un hoyo muy profundo y la bañista que estaba nadando cerca vino rápidamente hacia mí y ayudándome me llevó a la orilla. Yo se lo agradecí llorando pues estaba muy compungida por lo que había pasado, mas hoy se lo agradezco dichosa, porque de no haber sido por ella, quizás yo no estaría contando esto como una anécdota; pero no todo es tan malo como parece y las vivencias personales ayudan mucho a la experiencia, entonces hoy puedo decir que desde ese día aprendí que nadar sola a los siete años era una actividad muy peligrosa para alguien que no sabía nadar, pero a pesar de eso, mi gusto por la natación y la playa no cambió. Hasta hoy es algo que sigo amando tanto como en aquella época.

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